Alfonso
Rubio, Lesiones,Facultad de Humanidades de la Universidad
del Valle, en coedición con la Secretaría
de Cultura y turismo del Municipio de Cali., Octubre 2005.
William
Marion Reedy, director de la revista literaria Mirror, invitó
en el año 1906 al incipiente abogado Edgar Lee Masters
a que leyera Selected Epigrams from the Greek Anthology.
Esta lectura resultó ser la primera fuente de inspiración
del autor que escribiría algunos años más
tarde el libro de poemas más leído, comentado
y editado de la primera mitad del siglo XX, la antología
spoonriveriana. Contaré sintéticamente su
argumento. Más de doscientos personajes, todos ellos
protagonistas, desde el más allá le cuentan
al lector (otro fantasma similar) algunos hechos que catalizan
la historia de su vida terrena. De esa invención
el autor se sirve para desmenuzar las pasiones humanas.
Alfonso Rubio encabeza su colección Lesiones
con uno de los poemas de la Antología spoonriveriana.
Pero algo más que esa inspiración comparte
con aquélla. Parece una colección que obedece
a una “idea general”. En tal carácter,
se confirman las irregularidades que toda idea poética
general soporta, fundamentalmente la imposibilidad de mantener
con la misma brillantez toda su materia dispersa. No es
defecto achacable al autor, quien se somete a la inspiración
que esa Idea guardaba dentro, como una caja roja con una
serpentina que pudiera parecer infinita a los ojos del niño
entregado a la pura magia. Lesiones contiene algunos poemas
felices y misteriosos, cuando el quehacer con las pequeñas
ideas que la gran Idea contiene, resulta más natural.
Como “La plaza”, del cual cito un fragmento:
“Puedo perder la mirada si me ciego, si sueño
que las sombras son aquellas de tus antepasados, que sólo
son una y acude a oscurecer la Plaza de los Fueros”.
La índole prosaica de su escritura es otro rasgo
que comparte con el libro de Edgar Lee Masters; sin embargo,
en Lesiones se ve sometida a unos ritmos casi orgánicos
que revelan el estado de reconcentración que Alfonso
ha querido imprimirles, véase como ejemplo “Cremalleras”:
“la casa está vacía y el murmullo es
una ceniza, cremalleras del cielo. / la hierba y la baraja,
los garabatos del cristal-brazos y cruces en las tardes.
Recuerda y pierde los besos [...]”
Otro paralelismo técnico es la utilización
de un lugar apócrifo cuya función es la de
contribuir a la universalidad de lo que se dice, sin perder
el misterio de los lugares inaccesibles. Lesiones es un
lugar susurrado por una mujer que permanece “en el
mármol del tiempo y en el filo de una espada”
La búsqueda de alguna forma de armonía es
casi siempre la voluntad última de los poetas. En
Alfonso se diría que tal búsqueda se resuelve
en un código casi establecido, que le ha costado
un gran esfuerzo encontrar. Es difícil para el lector
contemporizar con los símbolos demasiado privados,
y en Lesiones éstos aparecen con más fortuna
que en el resto de su poesía, aunque ya en Liebres
(AMG, 2002) se anunciaba este nuevo clima; de hecho algunos
poemas como por ejemplo “Limosna” estaban ya
escritos entonces. Son versos que quieren ser impuros pero
no despectivos. No quiere el autor que salgamos huyendo
porque no entendemos nada, sino que nos acerquemos a su
código privado, a su saloncito decorado con paciencia
y tesón. Que nos demos cuenta de que ha hallado el
deleite de su propia y extraña forma de cantar. No
es gratuito este juicio. Imaginamos quiénes son los
William Marion Reedy que le mostraron su vaporosos secretos.
Se llaman Giovanni Quessep, Jaime Jaramillo, se llamó
Charry Lara... Lo mejor de la poesía colombiana contemporánea.
Por eso me figuro en qué bellas tentaciones poéticas
se pudo prodigar. Como esa de inventarse una huida y entregarse,
sin una premeditada maquinación estética,
al placer de leer y escribir poesía, de construir
para uno mismo y los demás un proyecto de espiritualidad,
facilitando al lector las claves de una fascinación
literaria que va compartiendo con sus lectores cada vez
con más talento y generosidad.