A Ricardo Herrera, mit
Unterthänigkeit
I
Suerte peculiar en el mundo hispánico
y en el mundo en general, si fueran dos distintos, la de
este personaje, poco traducido, poblador de algunas páginas
de Borges, proveedor también de pocas pero repetidas
citas, que el citado o Wittgenstein han transmitido con
su megáfono editorial. Merecedor al día de
la fecha de un artículo
en la Wikipedia en lengua alemana, no en la millonaria en
entradas Wikipedia en inglés, que sólo ofrece
un esbozo, Mauthner puede pasar por un jugador con ventaja
en la ruleta, alguien que jugase por todo número
entre cero y treinta y seis y pretendiese haber apostado
por un número tan sólo. Es posible, en fin,
que su misteriosa fama se construya a favor de las escasas
y repetidas citas, que eleven un murmullo de sugerencias
y evocaciones tan misteriosas como, al final, irrelevantes.
Es también meramente posible que, más que
el estilo, el modo de hacer de Mauthner construya una red
donde los momentos o las observaciones felices –y
aquí nos referimos a sus escritos sobre el lenguaje–
destaquen sobre un fondo indiferenciado cuyo sistema sea
sólo un negativo de las ideas que somete a su peculiar
crítica.
Por lo que se refiere a la lengua española, poco
se ha traducido a Fritz Mauthner. José Moreno Villa
en 1911 vio publicada su traducción de (una pequeña
parte) de las Beiträge zu einer Kritik der Sprache,
traducción editada y reeditada hace poco en Herder
con introducción y arreglos de Adan Kovacsics. El
lector puede comparar la exigüidad de estos volúmenes
–362
y 229 páginas respectivamente, aunque el texto es
el mismo–
con la obra completa accesible desde la correspondiente
página
de LitLinks, donde se enlazan también bastantes otras
obras.. Que sepamos, el Philosophische Wörterbuch,
caro a Borges, ha sido traducido al inglés.
Alguna referencia o estudio puede encontrarse sin dificultad,
también en internet, y entre ellos los hay que atienden
a la relación entre Mauthner y los literatos de la
postmodernidad, asunto sobre el que algo tendremos que decir
más abajo.
Mauthner, por un lado, no debe guardar fidelidad aparente
a las normas constructivas de un edificio famosamente levantado,
el de la filosofía alemana, porque no es del gremio;
pero, por otro lado, su prefiguración de una famosa
corriente en la filosofía del lenguaje le lleva a
alejarse enormemente de tantas otras escuelas y sobre todo
de la ciencia del lenguaje, con la excepción (y ello
si es ciencia en el sentido positivo y no más bien
teoría, racional pero no científica) de ciertas
corrientes negativas o de un peculiar escepticismo, como
la que representa Ray Harris, o antes Firth.
La confianza y la desconfianza de Mauthner, un pensador
que se ajusta a lo que parecería a primera vista
el escepticismo fenomenista de Mach se modula explícitamente
en la obra que hemos citado, las Beiträge,
en torno a la idea del lenguaje: Mauthner es escéptico
acerca de las posibilidades del lenguaje como instrumento
para conocer el mundo. Y como siempre, con él también
nos las habemos con la paradoja filológica del escéptico
que, siéndolo y justamente por serlo, habla mucho
más del objeto, causa y centro de su escepticismo
que si no lo fuera, lo cual es fenómeno más
intenso y un punto irónico si el escepticismo lo
es acerca del lenguaje.
Es interesante también cómo el escepticismo
relativo al lenguaje como instrumento de conocimiento se
acompaña de un escepticismo gnoseológico respecto
a las ciencias del lenguaje, escepticismo paradójico
porque oscila entre la crítica radical y la misma
utilización de sus resultados a favor de un argumento.
Por concluir esta introducción, los nombres de Nietzsche
o incluso de Schopenhauer nos parecerán los de filósofos
de fuste de los que, de un modo u otro, Mauthner no se encontraba
lejano.
II
Pero dejemos a Mauthner y hablemos del
mapa de las palabras. Las palabras componen mapas complicados,
con muchas distancias definidas, y no sabemos si las palabras
son puntos o regiones. En su malla nos vemos encerrados
o, según dicen algunos, enredados. Los hilos de la
tela no nos dejan ver los bosques, ni las montañas,
ni los arroyos. O, simplemente, el mapa no nos sirve para
entender el territorio que debería representar. En
otras palabras, la riqueza en información o alguna
otra cualidad de un mapa puede hacer que nos cueste mucho
trabajo o nos resulte prácticamente imposible hacer
corresponder biunívocamente, como es debido, los
puntos del terreno con los puntos del mapa. O incluso puede
darse el caso de que acabemos más interesados, digamos
que estéticamente, por el mapa mismo que por su finalidad
de servirnos para orientarnos y movernos por un territorio.
Y, finalmente, es posible que olvidemos que el mapa es un
mapa y que si lo es, es porque existe una aplicación
entre sus partes y las de un territorio.
Si esto es así, si las palabras forman un mapa, ¿podemos
verdaderamente enredarnos en los dibujos del mapa y olvidar
su significado? ¿O podemos incluso negar que un mapa
lo sea, que pueda haber mapas; en nuestro caso, que las
palabras signifiquen cosas, hechos, historias o situaciones?
¿O incluso que en pura paradoja descubramos que era
pura ilusión la de que un mapa se refiere a un territorio?
El escepticismo del que hablamos supuestamente se reserva
el derecho al discurso o al conocimiento negativo: sabemos
que el mapa no sirve, lo que no es tan fácil de demostrar.
Al escepticismo por el lenguaje sería el
lema. Sin embargo, argumentar sobre las limitaciones del
lenguaje es peculiar, porque lo tenemos que utilizar de
algún modo. El lenguaje bien podía ser finito
pero ilimitado, valga la metáfora: nos hace circular
eternamente por sus circuitos y sus laberintos circulares;
y si fuera nuestro único recurso cognitivo ¿cómo
habríamos de percibir sus límites? Nos empeñaríamos
en negar Tractatus 5.6 (el archisabido "Die
Grenzen meiner Sprache sind die Grenzen meiner Welt"),
si por lenguaje entendemos lo que entiende Mauthner. De
hecho 5.6 pasa inmediatamente a hablar de lógica
y el primer Wittgenstein no es todavía el que se
parecería a Mauthner, aunque lo cite.
El mapa de las palabras, como todo mapa, tiene una dimensión
estructural, sintáctica: representa relaciones de
diversos caracteres entre los elementos que contiene; pero
el mapa es mapa porque semánticamente se relaciona
con un modelo, la región, el país, o la esfera
a que se refiere. Nadie puede negar que el mapa contiene
elementos heterogéneos y plurales, pero se puede
discutir su idoneidad como representamen: al final, unas
palabras del mapa se relacionan con otras, pero podemos
sospechar que con nada fuera del mapa.
Pero, sea como sea, lo que este mapa de palabras cuestiona
es el platonismo (que no es lo mismo que decir que la filosofía
de Platón). Y es que el mapa de las palabras es un
mapa móvil, que se hace y se deshace y que no reconoce
(o lo hace a su manera) la verdad, si es el caso, de los
enunciados que se forman con las palabras que lo integran.
En esas condiciones, ¿cuál es la verdad del
mapa de las palabras? ¿Sólo una verdad registral,
si bien borrosa, de contenidos noemáticos? ¿La
memoria olvidada ya de alguien que además estaba
equivocado?
Pues la imagen de un mapa, si la apreciamos, es porque alguna
verdad tiene. Y un mapa, además no lo es para sus
habitantes, lo es para quien lo sostiene en las manos y
lo mira, alguien que está fuera de él. No
es difícil asimilar en la lógica de la metáfora
del mapa su devenir semántico hacia el usuario: los
signos del mapa que el usuario considera le remiten a otros
signos, o a otras apariciones del mismo signo: para algunos
le remitirá a lo que hacen, para otros a lo que dicen.
III
Hemos mencionado a Mach. Pero la huida de la sustancia de
un pensador del tipo de Mauthner y la interpretación
en términos lingüísticos de una constelación
de ideas que es parte esencial del pensamiento alemán
tiene también otros orígenes cuya elucidación
requerirá otros esfuerzos mejor alimentados que los
nuestros. Nos limitaremos a presentar una hipótesis
interpretativa en la que, por otra parte, apenas ahondaremos.
Los lenguajes artifícales, los lenguajes perfectos
que buscan algunos son perfectos sobre todo desde el punto
de vista semántico: la perfección sintáctica
parece cosa conseguidera, en la que nadie repara demasiado.
Pero esa perfección semántica implica una
clasificación absoluta, o una clasificación
que sea todas las clasificaciones. El lector conoce los
ensayos modernos y conoce su renacimiento en el siglo XX,
en una empresa que tenía como correlato ideológico
el principio de la unidad de las ciencias e incluso la del
conocimiento. El lector sabe que esos intentos fracasaron
todos, al menos por lo que se refiere a sus pretensiones
de partida.
Ahora bien, si desconfiamos de la posibilidad de tal lenguaje,
podemos proseguir hasta pretender demostrar esa imposibilidad
o incluso la posible adecuación de todo lenguaje
a la realidad. Y el lector no pasará por alto que,
sujetos por la metáfora del mapa –o simplemente
de la idea del lenguaje perfecto–, no podemos ya pensar
en otra verdad que en la verdad como adecuación.
El asunto es entonces el siguiente: Tras comprobar la imposibilidad
del lenguaje perfecto, deducimos que el lenguaje no puede
aportar conocimiento, o no es un instrumento para conocer
el mundo.
La idea del significado se toma metafísica en el
sentido de referida a un todo. Si el todo se descubre como
una idea de la razón en la que no puede fiarse, se
retira la confianza a toda la teoría del significado.
Sin embargo, la más ingenua de las teorías
del significado resiste bien si no se le añade la
premisa de establecer un compromiso totalizante como el
dicho.
Pero esto no debe ocultar que la semántica no por
ello puede ajustarse perfectamente a un número indefinido
de dominios restringidos. Su totalización, por el
contrario, que sería equivalente a pensar que la
semántica de un lenguaje lo es de una teoría
del todo, de toda la realidad, es incurrir en la metafísica.
Dejemos las cosas aquí y observemos que el escepticismo
de Mauthner con respecto al lenguaje puede ser utilizado
como pieza de un argumento con el que emprender el contraataque
y que comenzaría a señalar que si cierto es
que conocemos, una demostración de la imposibilidad
del conocimiento debe incluir alguna premisa falsa.
Recapitulemos, el lenguaje lo vemos bajo la metáfora
de una red intrincadísima y desconectada o a los
efectos y a cierta escala conectada aleatoriamente con el
mundo. Pero el lenguaje se conecta también con estructuras
más regulares y ordenadas con otra conexión
con el mundo.
Es posible que estemos presos en la cárcel del lenguaje,
pero esa jaula está hecha de bastante más
materiales que las meras palabras.. Los límites de
nuestro lenguaje no son sólo lingüísticos.
IV
Antes nos hemos referido a la cercanía
que algunos grandes nombres de la literatura del siglo XX
han reconocido con Mauthner; o que algunos le han reconocido.
Poca sorpresa debería ser esto. Una semántica
vaciada como la de Mauthner, imbuida de relativismo, de
asustancialismo lingüístico, no disonará
demasiado del pirronismo semántico de un Derrida
o de la reconstrucción (sin perjuicio de la génesis
de las ideas de cada uno o de su articulación más
o menos académica).
El lenguaje repleto de sustancia, autónomo, capaz
de resistir los embates de la realidad o su insistencia
en que se refiera a ella, vendría a ser algo así
como una de las consecuencias lógicas e ideológicas
–y no hablamos de Mauthner sino de una actitud que
sólo con una dosis importante de inexactitud o acaso
injusticia le podemos asignar a él–
de un pensamiento que agrega a sus méritos el demérito
de presentar al lenguaje como una realidad absolutamente
resistente a las ciencias positivas. Se trata de un tipo
de crítica que aisla a la idea de lenguaje de los
conceptos positivos sobre el lenguaje y las lenguas, una
crítica que puede llegar a creerse capaz de hacer
desaparecer estos conceptos sin pensar que su misma práctica
sólo establece nuevos contactos entre la idea del
lenguaje, otras ideas y esos mismos conceptos.
En fin, corolario del socavamiento de la semántica
es la idea del lenguaje como un todo tan complejo y barroco
como se quiera, autosuficiente, desplegado metafinitamente
en ciertos textos literarios.
Con seguridad, Mauthner (o la digamos filosofía del
lenguaje de Mauthner) no se reduce a la tesis del lenguaje
desconectado y complejo. En esta breve nota sólo
hemos querido apuntar algunos detalles acerca de la geometría
de esa tesis y de los modos con que se relaciona con otras
no menos populares y todavía exitosas entre algunos.