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Mensual del pensamiento y sus contrarios

Número 0
Junio 2006
 

Mauthner y el mapa de las palabras

Pedro Santana

 

 

A Ricardo Herrera, mit Unterthänigkeit

I

Suerte peculiar en el mundo hispánico y en el mundo en general, si fueran dos distintos, la de este personaje, poco traducido, poblador de algunas páginas de Borges, proveedor también de pocas pero repetidas citas, que el citado o Wittgenstein han transmitido con su megáfono editorial. Merecedor al día de la fecha de un artículo en la Wikipedia en lengua alemana, no en la millonaria en entradas Wikipedia en inglés, que sólo ofrece un esbozo, Mauthner puede pasar por un jugador con ventaja en la ruleta, alguien que jugase por todo número entre cero y treinta y seis y pretendiese haber apostado por un número tan sólo. Es posible, en fin, que su misteriosa fama se construya a favor de las escasas y repetidas citas, que eleven un murmullo de sugerencias y evocaciones tan misteriosas como, al final, irrelevantes. Es también meramente posible que, más que el estilo, el modo de hacer de Mauthner construya una red donde los momentos o las observaciones felices –y aquí nos referimos a sus escritos sobre el lenguaje destaquen sobre un fondo indiferenciado cuyo sistema sea sólo un negativo de las ideas que somete a su peculiar crítica.
Por lo que se refiere a la lengua española, poco se ha traducido a Fritz Mauthner. José Moreno Villa en 1911 vio publicada su traducción de (una pequeña parte) de las Beiträge zu einer Kritik der Sprache, traducción editada y reeditada hace poco en Herder con introducción y arreglos de Adan Kovacsics. El lector puede comparar la exigüidad de estos volúmenes 362 y 229 páginas respectivamente, aunque el texto es el mismo
con la obra completa accesible desde la correspondiente página de LitLinks, donde se enlazan también bastantes otras obras.. Que sepamos, el Philosophische Wörterbuch, caro a Borges, ha sido traducido al inglés.
Alguna referencia o estudio puede encontrarse sin dificultad, también en internet, y entre ellos los hay que atienden a la relación entre Mauthner y los literatos de la postmodernidad, asunto sobre el que algo tendremos que decir más abajo.
Mauthner, por un lado, no debe guardar fidelidad aparente a las normas constructivas de un edificio famosamente levantado, el de la filosofía alemana, porque no es del gremio; pero, por otro lado, su prefiguración de una famosa corriente en la filosofía del lenguaje le lleva a alejarse enormemente de tantas otras escuelas y sobre todo de la ciencia del lenguaje, con la excepción (y ello si es ciencia en el sentido positivo y no más bien teoría, racional pero no científica) de ciertas corrientes negativas o de un peculiar escepticismo, como la que representa Ray Harris, o antes Firth.
La confianza y la desconfianza de Mauthner, un pensador que se ajusta a lo que parecería a primera vista el escepticismo fenomenista de Mach se modula explícitamente en la obra que hemos citado, las Beiträge, en torno a la idea del lenguaje: Mauthner es escéptico acerca de las posibilidades del lenguaje como instrumento para conocer el mundo. Y como siempre, con él también nos las habemos con la paradoja filológica del escéptico que, siéndolo y justamente por serlo, habla mucho más del objeto, causa y centro de su escepticismo que si no lo fuera, lo cual es fenómeno más intenso y un punto irónico si el escepticismo lo es acerca del lenguaje.
Es interesante también cómo el escepticismo relativo al lenguaje como instrumento de conocimiento se acompaña de un escepticismo gnoseológico respecto a las ciencias del lenguaje, escepticismo paradójico porque oscila entre la crítica radical y la misma utilización de sus resultados a favor de un argumento.
Por concluir esta introducción, los nombres de Nietzsche o incluso de Schopenhauer nos parecerán los de filósofos de fuste de los que, de un modo u otro, Mauthner no se encontraba lejano.

 

II

Pero dejemos a Mauthner y hablemos del mapa de las palabras. Las palabras componen mapas complicados, con muchas distancias definidas, y no sabemos si las palabras son puntos o regiones. En su malla nos vemos encerrados o, según dicen algunos, enredados. Los hilos de la tela no nos dejan ver los bosques, ni las montañas, ni los arroyos. O, simplemente, el mapa no nos sirve para entender el territorio que debería representar. En otras palabras, la riqueza en información o alguna otra cualidad de un mapa puede hacer que nos cueste mucho trabajo o nos resulte prácticamente imposible hacer corresponder biunívocamente, como es debido, los puntos del terreno con los puntos del mapa. O incluso puede darse el caso de que acabemos más interesados, digamos que estéticamente, por el mapa mismo que por su finalidad de servirnos para orientarnos y movernos por un territorio. Y, finalmente, es posible que olvidemos que el mapa es un mapa y que si lo es, es porque existe una aplicación entre sus partes y las de un territorio.
Si esto es así, si las palabras forman un mapa, ¿podemos verdaderamente enredarnos en los dibujos del mapa y olvidar su significado? ¿O podemos incluso negar que un mapa lo sea, que pueda haber mapas; en nuestro caso, que las palabras signifiquen cosas, hechos, historias o situaciones? ¿O incluso que en pura paradoja descubramos que era pura ilusión la de que un mapa se refiere a un territorio?
El escepticismo del que hablamos supuestamente se reserva el derecho al discurso o al conocimiento negativo: sabemos que el mapa no sirve, lo que no es tan fácil de demostrar. Al escepticismo por el lenguaje sería el lema. Sin embargo, argumentar sobre las limitaciones del lenguaje es peculiar, porque lo tenemos que utilizar de algún modo. El lenguaje bien podía ser finito pero ilimitado, valga la metáfora: nos hace circular eternamente por sus circuitos y sus laberintos circulares; y si fuera nuestro único recurso cognitivo ¿cómo habríamos de percibir sus límites? Nos empeñaríamos en negar Tractatus 5.6 (el archisabido "Die Grenzen meiner Sprache sind die Grenzen meiner Welt"), si por lenguaje entendemos lo que entiende Mauthner. De hecho 5.6 pasa inmediatamente a hablar de lógica y el primer Wittgenstein no es todavía el que se parecería a Mauthner, aunque lo cite.
El mapa de las palabras, como todo mapa, tiene una dimensión estructural, sintáctica: representa relaciones de diversos caracteres entre los elementos que contiene; pero el mapa es mapa porque semánticamente se relaciona con un modelo, la región, el país, o la esfera a que se refiere. Nadie puede negar que el mapa contiene elementos heterogéneos y plurales, pero se puede discutir su idoneidad como representamen: al final, unas palabras del mapa se relacionan con otras, pero podemos sospechar que con nada fuera del mapa.
Pero, sea como sea, lo que este mapa de palabras cuestiona es el platonismo (que no es lo mismo que decir que la filosofía de Platón). Y es que el mapa de las palabras es un mapa móvil, que se hace y se deshace y que no reconoce (o lo hace a su manera) la verdad, si es el caso, de los enunciados que se forman con las palabras que lo integran.
En esas condiciones, ¿cuál es la verdad del mapa de las palabras? ¿Sólo una verdad registral, si bien borrosa, de contenidos noemáticos? ¿La memoria olvidada ya de alguien que además estaba equivocado?
Pues la imagen de un mapa, si la apreciamos, es porque alguna verdad tiene. Y un mapa, además no lo es para sus habitantes, lo es para quien lo sostiene en las manos y lo mira, alguien que está fuera de él. No es difícil asimilar en la lógica de la metáfora del mapa su devenir semántico hacia el usuario: los signos del mapa que el usuario considera le remiten a otros signos, o a otras apariciones del mismo signo: para algunos le remitirá a lo que hacen, para otros a lo que dicen.


III

Hemos mencionado a Mach. Pero la huida de la sustancia de un pensador del tipo de Mauthner y la interpretación en términos lingüísticos de una constelación de ideas que es parte esencial del pensamiento alemán tiene también otros orígenes cuya elucidación requerirá otros esfuerzos mejor alimentados que los nuestros. Nos limitaremos a presentar una hipótesis interpretativa en la que, por otra parte, apenas ahondaremos.
Los lenguajes artifícales, los lenguajes perfectos que buscan algunos son perfectos sobre todo desde el punto de vista semántico: la perfección sintáctica parece cosa conseguidera, en la que nadie repara demasiado. Pero esa perfección semántica implica una clasificación absoluta, o una clasificación que sea todas las clasificaciones. El lector conoce los ensayos modernos y conoce su renacimiento en el siglo XX, en una empresa que tenía como correlato ideológico el principio de la unidad de las ciencias e incluso la del conocimiento. El lector sabe que esos intentos fracasaron todos, al menos por lo que se refiere a sus pretensiones de partida.
Ahora bien, si desconfiamos de la posibilidad de tal lenguaje, podemos proseguir hasta pretender demostrar esa imposibilidad o incluso la posible adecuación de todo lenguaje a la realidad. Y el lector no pasará por alto que, sujetos por la metáfora del mapa –o simplemente de la idea del lenguaje perfecto–, no podemos ya pensar en otra verdad que en la verdad como adecuación.
El asunto es entonces el siguiente: Tras comprobar la imposibilidad del lenguaje perfecto, deducimos que el lenguaje no puede aportar conocimiento, o no es un instrumento para conocer el mundo.
La idea del significado se toma metafísica en el sentido de referida a un todo. Si el todo se descubre como una idea de la razón en la que no puede fiarse, se retira la confianza a toda la teoría del significado. Sin embargo, la más ingenua de las teorías del significado resiste bien si no se le añade la premisa de establecer un compromiso totalizante como el dicho.
Pero esto no debe ocultar que la semántica no por ello puede ajustarse perfectamente a un número indefinido de dominios restringidos. Su totalización, por el contrario, que sería equivalente a pensar que la semántica de un lenguaje lo es de una teoría del todo, de toda la realidad, es incurrir en la metafísica.
Dejemos las cosas aquí y observemos que el escepticismo de Mauthner con respecto al lenguaje puede ser utilizado como pieza de un argumento con el que emprender el contraataque y que comenzaría a señalar que si cierto es que conocemos, una demostración de la imposibilidad del conocimiento debe incluir alguna premisa falsa.
Recapitulemos, el lenguaje lo vemos bajo la metáfora de una red intrincadísima y desconectada o a los efectos y a cierta escala conectada aleatoriamente con el mundo. Pero el lenguaje se conecta también con estructuras más regulares y ordenadas con otra conexión con el mundo.
Es posible que estemos presos en la cárcel del lenguaje, pero esa jaula está hecha de bastante más materiales que las meras palabras.. Los límites de nuestro lenguaje no son sólo lingüísticos.


IV

Antes nos hemos referido a la cercanía que algunos grandes nombres de la literatura del siglo XX han reconocido con Mauthner; o que algunos le han reconocido.
Poca sorpresa debería ser esto. Una semántica vaciada como la de Mauthner, imbuida de relativismo, de asustancialismo lingüístico, no disonará demasiado del pirronismo semántico de un Derrida o de la reconstrucción (sin perjuicio de la génesis de las ideas de cada uno o de su articulación más o menos académica).
El lenguaje repleto de sustancia, autónomo, capaz de resistir los embates de la realidad o su insistencia en que se refiera a ella, vendría a ser algo así como una de las consecuencias lógicas e ideológicas –y no hablamos de Mauthner sino de una actitud que sólo con una dosis importante de inexactitud o acaso injusticia le podemos asignar a él
de un pensamiento que agrega a sus méritos el demérito de presentar al lenguaje como una realidad absolutamente resistente a las ciencias positivas. Se trata de un tipo de crítica que aisla a la idea de lenguaje de los conceptos positivos sobre el lenguaje y las lenguas, una crítica que puede llegar a creerse capaz de hacer desaparecer estos conceptos sin pensar que su misma práctica sólo establece nuevos contactos entre la idea del lenguaje, otras ideas y esos mismos conceptos.
En fin, corolario del socavamiento de la semántica es la idea del lenguaje como un todo tan complejo y barroco como se quiera, autosuficiente, desplegado metafinitamente en ciertos textos literarios.
Con seguridad, Mauthner (o la digamos filosofía del lenguaje de Mauthner) no se reduce a la tesis del lenguaje desconectado y complejo. En esta breve nota sólo hemos querido apuntar algunos detalles acerca de la geometría de esa tesis y de los modos con que se relaciona con otras no menos populares y todavía exitosas entre algunos.

 

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